Cada año que vivimos es particular y suele tener acontecimientos que los hacen únicos – sea a nivel global, nacional o incluso en nuestras vidas personales-. 2021 tiene la particularidad de ser el segundo año de un período muy particular – y esperemos el último-. 2020 y 2021 son años que van pasando a los libros de historia a medida que los vamos viviendo, serán conocidos como “los años de la pandemia”, “los años del COVID19” o algo similar, pero sin dudas serán parte de la historia de la humanidad.
En términos del sector energético también son años que han traído características únicas, el mundo se paralizó de repente y el consumo de energía cayó abruptamente a niveles inéditos, las cuestiones asociadas a los mercados financieros generaron situaciones extremas como precios negativos del petróleo en 2020, y, por el contrario, en 2021, precios de la energía en algunos países de Europa que hicieron replantear temas absolutamente instalados como la participación y el crecimiento de las energías renovables en esa región.
Dos años donde los hogares pasaron a ser el escenario de nuestras vidas, donde conviven trabajos, estudios, reuniones familiares y eventos culturales. El aislamiento en términos de movilidad se contrapuso con una hiper conectividad, trasladando una parte significativa del consumo energético del sector comercial al sector residencial.
La desaceleración de la actividad económica generó en algún momento alguna expectativa de que la pandemia nos traía buenas noticias por el lado del ambiente, por ejemplo, una menor contaminación atmosférica en las ciudades, producto de la menor circulación vehicular. Llegamos a ver algunos “registros fotográficos” de delfines nadando en los canales de Venecia… parte del imaginario popular por un momento nos quiso hacer creer que los efectos de la pandemia sobre el ambiente podían terminar siendo positivos. Esto duró poco. Estudios científicos revelaron que, aunque el flujo de emisiones a la atmósfera se hubiera reducido temporalmente, el stock seguía en aumento y no estábamos recorriendo la trayectoria necesaria para limitar el calentamiento global en 2°C respecto de la era preindustrial, mucho menos en 1.5°C.
Pasado los cierres masivos de 2020, en 2021 el mundo empezó a acomodarse a los ciclos del COVID19 asociados principalmente con las estaciones invernales, los cierres fueron menos estrictos, más cortos y no ocurrieron con la misma simultaneidad que el año anterior. Frente a esta nueva normalidad nos encontramos con que los consumos de energía se restablecían, en algunos casos generando rebotes del lado del consumo y, en otros, frente a la necesidad de una reactivación económica muchos países optaron por acudir a recetas conocidas, o incluso reactivando aquellas que se habían dado de baja; demorando así las agendas vinculadas con la transición energética. Afortunadamente, otros optaron por el “green recovery” o “sustainable recovery”, acelerando procesos de reconversión para apalancar la recuperación económica.
La pandemia no hizo más que ponernos de manifiesto las tensiones naturales que existen entre los pilares del desarrollo sostenible (economía, ambiente y sociedad) y, por si nos quedaba alguna duda, dejar claro que no se puede abordar una sola arista del problema. Necesitamos promover el desarrollo económico, impulsando la inclusión social al mismo tiempo que cuidamos el ambiente.
Después de esto dos años no quedan dudas que la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, producto del consumo de combustibles fósiles, no puede lograrse a costa de cerrar las economías, porque no solamente se frena el desarrollo de los países, sino que además se potencian las desigualdades a nivel social. Por otro lado, quedó en evidencia que en muchos casos existe otra manera de hacer las cosas, muchos de los hábitos vinculados al consumo de energía que la pandemia nos obligó a cambiar han llegado para quedarse, y bienvenidos sean. Solo pensar en la cantidad de viajes evitados para reuniones de trabajo, cursos, conferencias y otras actividades que pudieron realizarse sin ningún problema gracias a la virtualidad, muchas de las cuales seguramente se mantendrán en ese formato.
Estamos frente a un cambio de paradigmas en muchos aspectos, aunque es aún insuficiente. El desafío que tenemos por delante es enorme porque justamente estamos en un punto de inflexión, para lo cual tenemos dos opciones: o tratamos de volver a una situación similar a la prepandemia –a lo conocido-, o nos planteamos esto como una oportunidad a partir de la cual podamos acelerar los cambios que son necesarios para cumplir con los objetivos climáticos y de desarrollo sostenible. Porque no solo debemos trabajar en post de lograr una reducción de emisiones alineada con los objetivos del Acuerdo de París, sino que también debemos cumplir con la premisa de una “transición justa, sin dejar a nadie atrás”. Y esto que como declamación aspiracional suena muy bien, es justamente una parte fundamental del desafío, porque significa promover el desarrollo económico e incrementar el acceso a la energía al mismo tiempo que reducimos las emisiones.
En la actualidad todavía hay casi ochocientos millones de personas alrededor del mundo sin acceso a la electricidad. Esa gente necesita un acceso asequible, confiable y sostenible, que debe ser suficiente para asegurar una calidad de vida similar a la media del planeta, no se trata de solamente prender una lamparita. Claramente eso implica un incremento sustancial en la demanda, que deberá hacerse de manera tal que no incremente emisiones.
Todo esto no es una novedad. Ya en septiembre de 2015 en la Asamblea General de Naciones Unidas se aprobó la Agenda 2030, que plantea los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible con sus 169 metas a los que los 196 países firmantes han adherido. Si a esto sumamos el Acuerdo de París, está claro cuál es el punto final y cuáles son las intenciones y los compromisos asociados. Sin embargo, todavía seguimos debatiendo cuál es el mejor camino para llegar a ese punto, y haciendo foco en esa discusión no estamos avanzando, al menos no lo suficiente.
Hace menos de un mes que finalizó la COP26 en Glasgow, la cual por primera vez en la historia de las negociaciones climáticas fue suspendida en 2020 debido a la pandemia. Hay visiones diversas sobre los resultados de la COP. Si bien se ha avanzado en algunas definiciones, en muchos casos los resultados están por debajo de las expectativas. La buena noticia es que por primera vez se visualiza un escenario optimista en el cual, si todos los países cumplen con sus compromisos, tanto los planteados en las Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC) como en aquellos asociados a la eliminación de la deforestación y la reducción de emisiones de metano, estaríamos cerca de limitar el calentamiento global por debajo de los 2°C para el 2030. Para convertir este escenario de “optimista” a “factible” debemos generar un esfuerzo adicional para incrementar los compromisos y activar las medidas de implementación.
Hoy tenemos los objetivos claros a los cuales están alineados los compromisos de los países y están identificadas las acciones requeridas. La pandemia puso en pausa parte de la implementación, nos exigió un replanteo de diferentes cuestiones y prioridades, nos ofreció la oportunidad de contar con un punto de inflexión a partir del cual podamos replantearnos y acelerar la recuperación.
Los avances de este año en términos de implementación de acción climática y ODS han sido claramente insuficientes. Las necesidades de acción son cada vez más urgentes, no podemos perder ni un solo minuto más, ni esperar que las acciones vengan exclusivamente de los principales emisores, de los gobiernos, de los financiamientos internacionales. Todo eso es absolutamente necesario, pero todos y cada uno de nosotros podemos realizar nuestro aporte, desde el lugar que nos toque, sea el sector público, el sector privado, organizaciones de la sociedad civil o la academia.
Estamos en una carrera contrarreloj, donde solo ganamos si llegamos todos, y en esa carrera tenemos dos años menos por delante, la buena noticia es que todavía estamos a tiempo.
* Ex Subsecretaria de Ahorro y Eficiencia Energética en el Ministerio de Energía y Minería de Argentina.