La seguridad energética se mantuvo mucho tiempo fuera de la agenda política internacional. Sin embargo, en los últimos años, la subida de los precios de los hidrocarburos y su persistente volatilidad puso de relieve su escasez, los riesgos de desabastecimiento y las interrupciones en su suministro.

Según Dietmar Dirmoser, en su estudio [i] sobre la seguridad energética, “se ha desatado una carrera para obtener posibilidades de acceso a los hidrocarburos que podría degenerar fácilmente en una nueva Guerra Fría por la energía o bien en guerras calientes por los recursos energéticos”… por lo tanto, “ningún país consumidor de energía puede arreglárselas en un futuro próximo sin una estrategia de seguridad energética en su política exterior”.

Dado esto, la seguridad energética está siendo atravesada por nuevos desafíos, que implican distintas medidas: articular diferentes mix en las matrices energéticas de los países, aumentar la eficiencia energética, crear alianzas de suministro, pero sobre todo, reemplazar los combustibles fósiles por otros emergentes energéticos, donde el hidrógeno empieza a posicionarse.

Lo cierto es, que hasta tanto este nuevo vector energético se estabilice en oferta, demanda y cuestiones vinculadas a la certificación, seguridad y sus aplicaciones, entre otras, hay un largo camino que transitar.

La seguridad y la gobernanza energética

La seguridad energética reside en contar con la energía suficiente a precios asequibles, lo que implica también, administrar situaciones de desabastecimiento de la forma más eficiente y económica.

Los países, en miras de lograr esta seguridad, suelen desarrollar políticas de nacionalización de sus recursos energéticos, que en muchos casos se implementan en detrimento de otros países o en abierta competencia con ellos. Los enfoques de cooperación internacional o regional en este sentido son aislados y en la mayoría de los casos están orientados en la infraestructura energética.

Algunos ejemplos de esta cooperación puede verse en las interconexión eléctrica entre EEUU y Canadá, o la infraestructura de redes de oil & gas. Un caso testigo es el Nord Stream I y II en manos de un consorcio Ruso-Alemán.

Más para estas pampas, tenemos los sistemas de gasoductos de interconexión entre Chile y Argentina y Bolivia, y en temas eléctricos, con las redes de interconexión con Argentina y Brasil. También podríamos comentar los esfuerzos bilaterales entre Argentina y Paraguay para la construcción de Yacyretá aprovechando el enorme caudal del Río Paraná.

Pero estos ejemplos, y más en los últimos tiempos, nos siguen demostrando que la seguridad energética sigue siendo jaqueada por los conflictos bélicos o diplomáticos que muchas veces, dejan al descubierto la vulnerabilidad de la cooperación.

La historia ha sido testigo de innumerables guerras que pusieron en peligro no solo el abastecimiento sino también el equilibrio de los precios en el mercado de los hidrocarburos.

El ejemplo más reciente es el conflicto entre Ucrania y Rusia que puso de cabeza a Europa por su alta dependencia del gas ruso, dado que el 80 % del gas ruso llega a Europa por Ucrania. Esto la obligó a  buscar otros proveedores, con precios más altos, poniendo en riesgo la competitividad de sus productos en el mercado global.

La lección parece que dio algunos frutos, ya que ahora Europa, mediante su “Global Gateway”, busca movilizar 300.000 millones de Euros para el 2027, con el objetivo de financiar el desarrollo de la infraestructura global y las transiciones verdes y digital, forjando nuevas alianzas sin crear dependencias.

Se avizora una nueva geopolítica de la energía

No existe una base jurídica para establecer una política energética global que pueda garantizar un juego justo y cooperativo entre los países.

La puja por los recursos energéticos trae de la mano el concepto de “soberanía” que los Estados, dueños de los mismos, hacen valer a cambio de lo que el gobierno de turno considera importante intercambiar.

En palabras de Dietmar Dirmoser, muchos países apuestan a “ejercer influencia” económica, política, diplomática e incluso militar directa sobre las regiones ricas en recursos, o sea, poner en marcha  planes geopolíticos y cálculos geoestratégicos.

Estamos en una transición energética donde el cenit del petróleo y el cambio climático nos empujan a revisar la sustentabilidad de las matrices energéticas y su sostenibilidad en el tiempo. Esto nos ha llevado a dinamizar la innovación, la investigación y la tecnología para encontrar soluciones limpias y económicas para los tiempos por venir.

Los shales (oil&gas) parecen ser parte de la respuesta, pero su discutido impacto ambiental también los pone en la mira. Cambiar las matrices energéticas y productivas basadas en la economía del  petróleo es el problema, ya que no todo puede hacerse con energía eléctrica basada en fuentes renovables. Hay sectores difíciles de descarbonizar.

Ahora estamos con un ojo puesto en el hidrógeno, un nuevo vector energético con múltiples aplicaciones, que surge como una promesa a todos estos dilemas. Pero de la mano de él, vienen las nuevas agendas para la geopolítica que ya se están escribiendo tanto en los países que se perfilan como importadores como exportadores.

La nueva carrera parece ir por: la innovación, regiones donde los recursos renovables sean abundantes en términos de factores de capacidad, grandes extensiones de tierra disponible donde enclavar proyectos para producir GW con disponibilidad de transporte y puertos para exportación, capacidades técnicas y de producción local, y algo que no puede quedar fuera de esta ecuación, los minerales críticos. Ahora, esta nueva categoría de commodities, también define la agenda de tratados internacionales e inversiones en todo el mundo.

Pero volvamos a la pregunta original. ¿Es el hidrógeno una ventana de oportunidad para la Argentina? 

Si nos remitimos a las ventajas competitivas que el país tiene: recursos energéticos, extensiones de territorio para implantar proyectos sin competir con otros usos, importantes reservas de litio y otros minerales para la transición energética, capacidades técnicas e industriales, infraestructura de puertos, etc…  la primera respuesta sería .

Sin embargo, para hacer posible que todas estas ventajas puedan concretarse en proyectos que posicionen a la Argentina en un verdadero jugador en la economía del hidrógeno, es necesario tener una visión geoestratégica asociada a una política energética, lo cual implica un planeamiento comprensivo de todas variables asociadas a la cadena de valor del hidrógeno, asignando los medios necesarios para alcanzar las metas nacionales fijadas en la reciente Estrategia Nacional de la Economía del Hidrógeno, y articular el andamiaje jurídico y regulatorio para llevar adelante dichas metas.

Pero la cuestión fundamental que ya todos sabemos, es mejorar la macro del país dando certeza y seguridad jurídica a las potenciales inversiones de capital intensivo que pretendan desarrollar proyectos. Esto sin duda es la llave para que lo que se ha escrito, no quede solo en los papeles.

La respuesta queda abierta y los hechos hablarán por sí mismos.

[i] Dirmoser, Ditmar. Seguridad Energética: las nuevas escaseces, el resurgimiento del nacionalismo de recursos y las perspectivas de los enfoques multilaterales. Berlín: Fundación Friedrich Ebert Stiftung, 2007.

Sobre el autor: Cecilia Giralt, es Abogada y Consultora Internacional en Políticas Públicas y Regulación en Energías Renovables e Hidrógeno. En el 2022 participó en el “Estudio de normas y regulaciones técnicas necesarias para el desarrollo del hidrógeno en Argentina”, como insumo para formular la Estrategia Nacional de la Economía del Hidrógeno, financiada por el Banco Interamericano de Desarrollo. 

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