La reciente expropiación de la planta de hidrógeno en Tula ha generado una oleada de controversias en el sector energético renovable. El decreto emitido por el gobierno mexicano, encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y respaldado por la Secretaría de Energía, busca reafirmar la soberanía energética del país. Sin embargo, especialistas y actores del sector privado expresan su preocupación por las implicaciones de esta medida.
El 28 de diciembre de 2023, el gobierno mexicano emitió un decreto declarando de utilidad pública la planta de hidrógeno U-3400, ubicada en la refinería Miguel Hidalgo en Tula, Hidalgo. Este movimiento forma parte de una estrategia más amplia para lograr la autosuficiencia energética y fortalecer la soberanía nacional en el ámbito del petróleo y los hidrocarburos.
Con base en los artículos 25 y 27 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como en la Ley de Expropiación y otras disposiciones legales, el decreto establece la ocupación temporal de la planta de hidrógeno por parte de Pemex Transformación Industrial, una subsidiaria de Petróleos Mexicanos (PEMEX).
La planta que pertenecía a la empresa Air Liquide tiene una extensión de 6,451.78 m2 y su indemnización deberá ser pagada con el presupuesto de Pemex Transformación Industrial. El documento también establece que los interesados podrían acudir a un procedimiento judicial para controvertir el monto de la indemnización.
De acuerdo al decreto, esta medida se justifica por la importancia estratégica de la planta en el proceso de refinación y producción de combustibles, donde el hidrógeno juega un rol crucial.
Sin embargo, la decisión ha generado un intenso debate y preocupación en el sector energético, especialmente entre las empresas privadas que operan en México. Según expertos consultados por Energía Estratégica, este decreto ha creado un clima de incertidumbre, afectando potencialmente la inversión en energía e infraestructura en el país. Las empresas privadas tanto mexicanas como extranjeras se ven obligadas a revisar y adaptar las cláusulas de recesión de sus contratos con PEMEX y la Comisión Federal de Electricidad (CFE).
Esta situación se produce en un momento crítico para México, ya que el país busca capitalizar las oportunidades de nearshoring y atraer inversiones extranjeras. Para los especialistas del sector, la expropiación de la planta de hidrógeno se percibe como un precedente negativo que podría disuadir a los inversores y socavar la confianza en el sector renovable mexicano.
El decreto también plantea preguntas sobre el equilibrio entre los intereses públicos y privados en el sector energético. Mientras el gobierno argumenta la necesidad de reforzar la soberanía energética y garantizar el suministro de hidrógeno para la refinación de petróleo, los críticos señalan los riesgos de desincentivar la participación privada y la innovación en el sector.
De esta manera, la expropiación de la planta de hidrógeno en Tula representa un punto de inflexión en la política energética de México y las consecuencias a largo plazo de esta medida en la confianza de los inversores y en el desarrollo del sector renovable aún están por verse.
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