Por José Luis Sureda
El 31 de octubre del corriente año comenzará en Glasgow la conferencia de las Naciones Unidas sobre cambio climático, conocida como COP 26. Básicamente, COP 26 buscará un compromiso global para evitar que la temperatura terrestre crezca más de 1,5 °C en 2050, respecto de aquella en 1850.
Recordemos que la energía contribuye con el 73% de las emisiones globales, la agricultura el 18% y la actividad industrial con el 5%. Globalmente, los combustibles fósiles aportan el 80% de la energía que producimos. Y existe una relación directa entre creación de riqueza y consumo de energía, muy particularmente en los países en vías de desarrollo.
Los seiscientos millones de almas que aún no tienen acceso a la electricidad y/o a productos energéticos modernos para uso residencial dependen, más que nadie, del acceso a los combustibles fósiles para poder salir de la miseria. Con las tecnologías actuales es imposible prescindir de los combustibles fósiles sin aceptar una fuerte caída en el standard de vida.
Atendiendo a estas razones, y en relación con la cita de Glasgow es posible dividir al mundo en dos grandes grupos. Por un lado, está el primer mundo que, mediante el uso a destajo de los combustibles fósiles, ha alcanzado un alto nivel de desarrollo humano. No hace falta decir que este grupo incluye a USA y a la Unión Europea. Los países de este grupo han logrado desacoplar, en gran medida, el crecimiento económico del consumo de energía. Por el otro, está el grupo de los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Es decir, el grupo de países en vías de desarrollo que, para poder seguir creciendo, deberá continuar haciendo un uso intenso de los combustibles fósiles.
La geopolítica del cambio climático es, esencialmente, el juego a través del cual se busca distribuir el esfuerzo por realizar entre estos grupos. La guerra comercial entre USA y China es otro elemento insoslayable de esta ecuación y está vinculada al tema en cuestión.
Para alcanzar los objetivos de Glasgow las economías en desarrollo deberían aceptar pérdida de soberanía y de las libertades individuales de sus habitantes.
En Glasgow se tratará de “distribuir la carga” entre los diferentes países, para lo cual se esgrimen diversos criterios. El grupo desarrollado ha sido el contaminador histórico en términos de emisiones acumuladas, gracias a lo cual alcanzó un alto nivel de confort.
El grupo BRICS es el gran emisor del presente y lo sería aún más en el futuro. En estos países, la relación entre producto bruto y consumo de energía seguirá siendo muy estrecha por el futuro previsible.
Nosotros somos responsables del 0,6% de las emisiones globales. Un enorme esfuerzo de nuestro país para abatir las emisiones de gases de efecto invernadero sería prácticamente ignoto en las emisiones globales. Pero ayudaría a disminuir los costos al grupo de países desarrollados.
Es crucial ir a Glasgow con una posición clara y firme para evitar ser sometidos a políticas contrarias a nuestro legítimo derecho a crecer.
Glasgow afectará el futuro de largo plazo de los argentinos y, por tanto, nuestra posición no debe ser tomada por un gobierno en soledad. Pese a ser una cuestión de máxima importancia para nuestro futuro, este tema no tiene visibilidad en los medios ni parece tener prioridad para nuestros políticos.
Falta poco más de un mes para Glasgow y el tema no está en la agenda política en esta interminable campaña electoral. De modo que la pregunta que tengo es ¿Cuánto nos importa el futuro de nuestro país?
La entrada El camino de la Argentina hacia la COP 26 de Glasgow se publicó primero en EconoJournal.
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