Por Martín Genesio*
Quiero aclarar y confesar que no hice la cuenta en barriles equivalentes de petróleo, pero estoy bastante seguro de que Argentina es el país con mayor potencial energético del mundo. Y, si no lo es, está ahí, cerca, ¿top 5?
Pensemos el potencial de Vaca Muerta, segunda mayor reserva de gas no convencional y cuarta mayor reserva de petróleo no convencional del planeta. Sumemos la capacidad productiva del Golfo San Jorge. Sumemos la capacidad eólica del sur del país, del sur de la provincia de Buenos Aires, de la provincia del Neuquén. Sumemos el potencial hidroeléctrico que tiene el “país de los grandes ríos”. Sumemos el sol del NOA, uno de los lugares con mayor factor solar del mundo, compartiendo el mayor potencial solar de Latam con el norte de Chile y el sur de Bolivia.
Y permítanme sumar una de las reservas más grandes de litio del mundo, en nuestra Puna, que llevaría a desarrollar un fructífero escenario de participación en la industria del almacenamiento energético. No me quiero olvidar del hidrógeno, que tiene una gigantesca oportunidad de desarrollo en Argentina, tanto que podría incluso transformar su matriz exportadora.
Finalmente, sumemos que hemos desarrollado fehacientemente muy poco – en algunos de los casos antes citados, literalmente nada – de todo esto.
Conclusión, somos uno de los países con mayor potencial energético del mundo, y cuando digo potencial lo digo en ambos sentidos. En el positivo, por la enorme oportunidad que tenemos al alcance de nuestra mano. Y en el negativo, por no haber podido desarrollarlo debidamente y por no haber podido cambiar la matriz energética interna y de comercio exterior del país, aún hoy.
Voy a hacer dos preguntas. Simples.
Voy con la primera, ¿por qué no hemos podido, al día de hoy, aprovechar debidamente este potencial? Algunos dirán por cuestiones políticas; otros dirán por cuestiones ideológicas; otros, por cuestiones macroeconómicas; la mayoría, por una suma de todas estas. Les propongo simplificarlo, en mi opinión no lo hemos podido desarrollar debidamente por la sencilla razón de que no hemos podido ponernos de acuerdo.
Durante décadas no hemos logrado acordar un escenario futuro que nos ponga a todos en una misma senda de crecimiento y desarrollo. Sin hacer juicios de valor sobre posturas, está claro que un gran potencial siempre está asociado a un enorme riesgo, tenemos ejemplos sobrados de esto alrededor del mundo. Todos conocemos países que han sucumbido producto del mal uso de su potencial. Por ende, entiendo que la visión del futuro esplendoroso que no podemos dibujar entre todos se confunde con una imagen de subdesarrollo que, estoy seguro ahora sí, nadie quiere. Y ese es el peligro de “no poder”.
Paso ahora a la segunda pregunta ¿Cómo hacemos para desarrollarlo? No voy a caer en la obviedad de decir “poniéndonos de acuerdo”, aunque es exactamente eso lo que haya que hacer. Si eso es exactamente lo que hay que hacer, entonces la verdadera pregunta debería ser, ¿cómo hacemos para ponernos de acuerdo? Pregunta compleja, sobre todo en Argentina. Y en este punto también tenemos una gran cantidad de visiones, más estatistas, menos estatistas, más de corto plazo, más de largo, más pensando en el consumo interno o más pensando en el comercio exterior.
Tengo claro algo, si seguimos alimentando unilateralmente esas visiones, ya sabemos lo que pasará. Tenemos que hacer algo distinto.
Les adelanto que no tengo la respuesta, pero si me permiten, vengo a proponer un primer paso que nos permita empezar a pensar en crear una estrategia. Es muy sencillo. La respuesta es diálogo. Tengo la suerte de trabajar en una empresa multinacional y fui testigo de cómo hicieron algunos países para desarrollar su potencial. Chile está desarrollando su potencial renovable y de hidrógeno a pasos agigantados, Estados Unidos lo hizo con el shale; Panamá, con su nueva planta de regasificación, su potencial de puerta de ingreso a Centroamérica, por citar algunos ejemplos. ¿Cómo lo hicieron? Dialogando intra e intersectorialmente.
Ese diálogo generalmente termina en una política de Estado. ¡Tuvimos un ejemplo que funcionó!, el intento de “mesa de diálogo de Vaca Muerta” que se lanzó en 2017, compuesta por el Estado Nacional, la Provincia del Neuquén, los sindicatos petroleros y las empresas privadas produjo un boom de inversiones que, en el cortísimo plazo cambió el perfil productivo de shale gas en el país.
Ese intento terminó quedando en poco, a mi entender porque el dialogo duró poco. A pocos meses de su lanzamiento y de su éxito, sobrevino la crisis y los cuatro actores se ocuparon de otras urgencias. Tomémoslo como aprendizaje, ahora ya sabemos que las mesas de diálogo tienen que nacer sabiendo que están obligadas a sobrevivir las crisis, porque si no lo hacen es peor. Y creo que la forma de hacerlo es creando mesas de diálogo pequeñas, muy sectoriales, bien enfocadas, con los actores adecuados.
Y sepamos algo de antemano -aunque suene obvio- las empresas privadas van a querer ganar dinero, asumámoslo, así funciona el mundo. Aunque créanme esto, y lo digo por experiencia, las empresas privadas también quieren ayudar a desarrollar el país donde están presentes.
Imaginemos una nueva mesa de diálogo de Vaca Muerta, otra de energía eólica, otra de energía solar, una de hidrógeno y una de producción de litio, formadas por gobierno, oposición, empresas privadas y sindicatos. El Estado no está obligado a conformarlas, pero sí creo que las empresas privadas estamos obligadas a intentarlo. Hagámoslo. Si no nos sentamos a conversar para ponernos de acuerdo, les garantizo que no nos vamos a poner de acuerdo.
Hace años que estamos discutiendo tarifas, en realidad lo que estamos discutiendo es la consecuencia de no discutir, estamos discutiendo costos. Las tarifas, si sumamos lo que el usuario final paga en su factura mensual más lo aportado por el tesoro nacional en materia de subsidios, son altas. Pero son altas producto de que nuestra matriz es todavía una matriz ineficiente, estamos pagando costos muy altos producto de que no hemos desarrollado la eficiencia en el sector.
Muchos países, la mayoría de hecho, tienen un destino de tarifas caras, ya que es muy difícil cambiar la matriz energética cuando naturalmente el país no ha sido beneficiado, pero en Argentina es imperdonable que nos rindamos a un destino similar. Diálogo, acordar reglas claras que se mantengan en el tiempo, acordar los objetivos de largo plazo y mantenerlos, volverse competitivos, aprovechar esta ventana de oportunidad, cambiar el foco de las discusiones. Todo esto impera en Argentina.
Me considero una persona exageradamente optimista, con lo que, por favor, tomen esto con pinzas. Pero estoy seguro de que la Argentina del futuro será muy exitosa, y ese éxito estará basado en gran medida en el aprovechamiento de nuestro potencial energético. Armemos ya las mesas de diálogo sectoriales, sabemos quiénes deben ser los actores de cada una. Tenemos un enorme trabajo que hacer. Es más fácil hacerlo que no hacerlo.
* CEO AES Argentina