Mientras en el Mundo se está tratando el tema de la Transición Energética del Modelo Capitalista, Argentina tiene que pensar en hacer un doble catch up, para llegar a ser primero un país verdaderamente capitalista y luego plantearse si el tren global es el que más le conviene, en términos de la dinámica temporal. Porque sin duda, a largo plazo no nos vamos a poder diferenciar demasiado de lo que son las tendencias a la descarbonización de la matriz energética.
Eso implica tener un régimen de precios de mercado, haciendo valer el libre juego de la oferta y la demanda en los sectores que tienen estructuras competitivas (Primer Teorema del Bienestar), y una regulación moderna en los mercados que son atendidos por Monopolios Naturales (en lo que hace al componente de transporte y distribución de las redes de gas y electricidad), pero con precios que surjan de la competencia en los mercados mayoristas de origen, donde hay enormes distorsiones al día de hoy. Esto permitiría alcanzar la máxima eficiencia asignativa, mientras que con un sistema de transferencias monetarias focalizadas se podría llegar a una solución que tenga en cuenta la equidad distributiva (Segundo Teorema del Bienestar).
Naturalmente, el primer requisito para formar parte de un modelo capitalista es resolver los desaguisados macroeconómicos. En efecto, hay que estabilizar el valor de la moneda, y eso requiere un ordenamiento fiscal y monetario mayúsculo, lo que a su vez va a requerir eliminar un sinnúmero de privilegios de diversos sectores (en buen criollo, pisar muchos callos). Y si bien el sector energético se tuvo que adaptar a este modelo discrecional de ventanillas, donde hubo buenas respuestas a los enormes incentivos basados en subsidios estatales, al mismo tiempo el sector mostró que pudo ganar competitividad en base fuertes aumentos de productividad de sus factores. Y esto se dio en el sector de los hidrocarburos, donde actualmente la producción No Convencional (en petróleo) supera a la de todas las cuencas convencionales; como también en las energías Renovables, donde las últimas licitaciones de la gestión anterior mostraron precios del MWh eléctrico tan bajos como los de otras economías capitalistas de la región. Algo impensado para el mundo capitalista una década atrás.
De este modo, hay una lógica en el pedido del sector hacia la dirigencia política en la demanda de estabilidad macroeconómica, y ese compromiso lleva cerca de dos décadas de postergación. Ciertamente tendrá que haber una transición macroeconómica y otra de carácter micro, donde la consigna de cualquier “hacedor de política” debe estar basada en las tres D: dialogar, dialogar y dialogar. En efecto, quien se crea iluminado como para resolver por sí el complejo problema energético no es más que un soberbio. En el campo de la macroeconomía, también habrá que recorrer el camino del consenso, de lo contrario otro fracaso nos espera a la vuelta de la esquina.
Pero cuidado que una vez que esas condiciones de borde se consigan, no puede haber teléfono que suene pidiendo regímenes especiales, o si suena, que nadie responda. Porque la competencia tiene que ser el camino para reducir los costos de la energía. Costos que repercuten en los presupuestos de los consumidores.
¿Qué hacemos con nuestros hidrocarburos a futuro?
Argentina está sentada sobre uno de los reservorios de hidrocarburo NC más grandes del mundo, y una transición hacia la descarbonización va a sostener, seguramente, altos precios de los commodities energéticos durante los próximos años, lo que va a posibilitar una explotación rentable, particularmente del gas natural, que al ser menos transable que el petróleo está más sujeto a un régimen de costo de producción doméstica.
Y es probable que bajo un régimen macroeconómico estable (al que el propio sector contribuirá sustituyendo importación de líquidos y generando saldos exportables), el menor costo de capital permita alcanzar precios de equilibrio más bajos en todos los proyectos energéticos.
Con una economía estabilizada, y en función de la asequibilidad, la lógica de una reducción de la factura energética va a ser la de financiar el cambio de equipamiento de hogares e industria, para incentivar el ahorro de consumo energético. Y en nuestra transición hacia el modelo capitalista, perfeccionar la segmentación con módulos de consumo energético subsidiado. No puede ser tan complejo identificar a cada tipo de hogar en los tiempos que proliferan los subsidios en base a condiciones socio demográficas.
Y si hablamos de los monopolios naturales, está muy claro que la existencia de dos entes reguladores, podía tener sentido 30 años atrás. Hoy días los países cuyos modelos copiamos, han unificado la actividad regulatoria. Y nuevamente en este caso debe haber puntos de consenso para que la transición quite el pie del freno tarifario y de la determinación de más subsidios (i.e. zona fría), porque de lo contrario, de los 2.2 puntos de subsidios energéticos del PBI podemos pasar rápidamente a 4 o 5 puntos, como sucedió en 2014 y ahí sí, no va a haber cotización del dólar que estabilice el mercado cambiario y las demás variables macroeconómicas.
Porque lo que tiempo atrás licuaba el déficit primario con una devaluación, hoy día produce un efecto inverso sobre las cuentas públicas, donde se da una correlación entre déficit energético y fiscal muy estrecha. De allí que el círculo virtuoso de estabilidad cambiaria y expansión de la producción energética va a volver a revertir la balanza comercial energética, y deberá hacerlo con crecimiento inclusivo.
No va más…
Decir que estamos en una de las últimas oportunidades de monetizar las reservas de gas puede sonar agorero. Tal vez la solución macro implique abonar un nuevo Pacto Fiscal que incentive a transformar un negocio rentístico en uno productivo, donde la carga tributaria sea razonable, como mostró la explotación No Convencional en Neuquén. Hay que adaptar las regalías e impuestos para hacer atractiva la producción de acuerdo a una dotación geológica intermedia, y aprovechar la licencia social que tiene la actividad en nuestro país, merced a las buenas prácticas productivas.
Y lógicamente nuestra transición a la descarbonización va a tener que tomar en cuenta esa enorme dotación de gas natural, que tiene que reemplazar absolutamente a todos y cada uno de los consumos de diésel, tanto en la industria como en el transporte, e inclusive aprovechando los avances tecnológicos del GNL para abastecer a localidades aisladas, donde no se justifica económicamente la construcción de redes (ni de gas ni de Alta Tensión).
Porque si bien no vamos a renegar de las fuentes renovables y la “fabricación” de Hidrógeno, tampoco vamos a desaprovechar el potencial del que disponemos. En este sentido comparto la idea de un desarrollo energético muy abarcativo, transformando el “o” excluyente en un “y” incluyente.
Finalmente, considero que las políticas públicas deben impulsar las tecnologías más ahorradoras de costos y los modelos pro mercado, y creo avizorar que cuando los políticos cumplan con las demandas de la sociedad, pisando los callos que sea necesario pisar, los proyectos energéticos van a florecer y generar cuantiosas divisas y puestos de trabajo para los argentinos. Porque la única forma de reducir la pobreza, y hacer que Argentina despegue, es creando trabajo genuino
* Subsecretario de Coordinación Administrativa