La transición energética redefine el futuro global como una nueva revolución industrial, impulsada por la necesidad de reducir emisiones de GEI. Este proceso, complejo y desigual, combina avances tecnológicos, políticas públicas y cooperación internacional para transformar el sistema energético

Impulsada por la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), la transición energética se ha convertido en la actualidad en uno de los mayores desafíos globales.

En los últimos años, el sector energético, responsable de una gran parte de las emisiones de GEI, se encuentra en plena transformación de la mano de una vibrante nueva revolución industrial en ciernes.

Esta transformación implica una disminución en el uso de combustibles fósiles, como el carbón, petróleo y gas, y la adopción creciente de energías bajas en emisiones como la solar y la eólica principalmente y, en menor medida, geotérmica, hidroeléctrica y nuclear. Sin embargo, la dinámica, trayectoria y velocidad de dicha transición no son ni fácilmente predecibles ni aun menos lineales. A continuación, se ofrecen algunos datos y reflexiones al respecto con el fin de profundizar el análisis.

En los escenarios del trabajo de Raimi et al. (2024), en el cual se analizan los resultados de las proyecciones a largo plazo sobre el sistema energético mundial que realizan múltiples organizaciones, la demanda actual de combustibles fósiles se estima en alrededor de 500 QBtu y, para el año 2050, en un rango variable entre 100 y 600 QBtu, lo que muestra las dificultades e incertidumbres subyacentes.

En la mayoría de los escenarios la demanda de combustibles fósiles alcanza su pico entre el año 2030 y 2040, aún en los realizados por compañías petroleras internacionales. Los escenarios de mayor ambición, donde la demanda de combustibles fósiles llega a 100 QBtu se desarrollan con premisas tecnológicas y geopolíticas bastante restrictivas y de incierta realización.

Aunque se hable de combustibles fósiles en su conjunto, cada uno está en un camino diferente hacia la disminución de su uso. El carbón, usado principalmente en la generación de energía eléctrica en China e India (70% de la demanda mundial), será el primer combustible para sustituir por las energías renovables. El petróleo, usado principalmente como combustible de transporte, enfrentará una reducción por la incorporación de vehículos eléctricos y políticas de eficiencia.

Por último, los análisis indican que el gas natural será el combustible fósil que más tardará en ser reemplazado, por ser el que menos emisiones genera de entre los fósiles y por su flexibilidad de su uso.

Las reducciones en el consumo de hidrocarburos mencionadas en los diferentes escenarios requieren de un crecimiento global sustancial de la demanda de electricidad de origen renovable. A nivel mundial se acordó triplicar la capacidad de generación renovable al año 2030, lo que implicaría una incorporación promedio de 800 GW anuales para llegar a los 11.000 GW de potencia renovable. En todos los escenarios las energías renovables crecen de manera muy marcada.

Las energías renovables han experimentado una notable reducción en sus costos, lo que ha favorecido su integración en las matrices eléctricas de muchos países. No obstante, los dos principales retos que afrontan siguen siendo, en primer lugar, la intermitencia de estas fuentes, que dificulta su capacidad para garantizar un suministro energético estable y, por otro lado, que no sean despachables.

Para hacer frente a estos desafíos, el desarrollo de sistemas avanzados de almacenamiento -como las baterías- y de gestión de la demanda, serán esenciales en los próximos años.
La factibilidad técnica y la baja de costos serán los principales determinantes de la velocidad de la electrificación -a través de energías bajas en emisiones-, con la consecuente disminución en la importancia de los hidrocarburos.

El cambio estructural en las economías también juega un papel clave en esta transición. En general, a medida que los países se desarrollaban los sectores menos intensivos en energía, como los servicios, se vuelven más relevantes. Por ello, en esos países la intensidad energética, es decir, la demanda energética por unidad de producto tendía a disminuir.

Sin embargo, el avance de la digitalización y de la Inteligencia Artificial Generativa (IAG) está comenzando a cambiar las tendencias decrecientes de la demanda de energía, principalmente en los países desarrollados.

Morgan Stanley Research predice que la demanda de energía de la Inteligencia Artificial Generativa aumentará un 70% anualmente y la Agencia Internacional de Energía (IEA) estima que la demanda de energía de los centros de datos podría alcanzar entre 620 y 1050 TWh para 2026. Se descuenta que la mayor parte de este incremento en la demanda provendrá de tecnologías bajas en emisiones.

Sin embargo, mejoras en la eficiencia de la IAG y nuevos microprocesadores, podrían reducir el impacto de esta nueva demanda. Es importante señalar que la transición energética no es una receta única ni se desarrolla de manera uniforme en todo el mundo, depende fuertemente de las condiciones iniciales de cada país y región, y de su disponibilidad de recursos.

Por ello, se habla de transiciones energéticas en plural, con mayor énfasis luego del G20 de 2018 celebrado en Argentina.
Los países desarrollados tienen una mayor capacidad para adoptar energías limpias, gracias a su infraestructura y acceso a tecnologías avanzadas, entre otros, por su abundante acceso al financiamiento y bajo costo de capital.

En cambio, muchas economías en desarrollo, a pesar de tener un gran potencial para las energías renovables, siguen dependiendo en gran medida de los combustibles fósiles debido a la falta de recursos para invertir en infraestructuras verdes. Por otro lado, mientras que los países desarrollados tienen altos ratios de energía per cápita, la cantidad de energía de fuentes fósiles que deben reemplazar es mucho mayor en términos absolutos que los países menos desarrollados.

Debido al desarrollo de nuevas fuentes energéticas y formas de consumir la energía, se estima que el crecimiento energético de los países en desarrollo no será lineal como en el pasado, sino que estará basado en una mejora en la eficiencia y aprovechamiento de esas fuentes, lo que redundará en menos demanda global agregada. Aun así, se espera que el crecimiento de la demanda energética mundial se centre en dichos países, por tener una fuerte demanda insatisfecha y por un aumento de la población y las condiciones de vida a largo plazo.

Se espera que la demanda de combustibles fósiles disminuya, pero siga teniendo relevancia a largo plazo. La permanencia de dicha demanda dependerá fuertemente de la dotación de recursos naturales de cada país, de su acceso a financiamiento y las proyecciones del precio de los energéticos a nivel internacional. Para garantizar que las emisiones de GEI se mantengan dentro de valores aceptados por la comunidad internacional, se deberán desarrollar tecnologías de captura y almacenamiento de carbono.

La adopción de tecnologías de bajas emisiones, tanto en oferta como demanda, son el producto de “políticas industriales verdes” por parte de los principales países o bloques de países del mundo. Para cumplimentar los compromisos asumidos de cara a la lucha contra el cambio climático, los gobiernos se han involucrado cada vez más en políticas industriales direccionadas a una variedad de problemas: la transición verde, la resiliencia de las cadenas de suministro, el desafío de los buenos empleos y la competencia geopolítica.

En los Estados Unidos, se destaca la Ley de Reducción de Inflación (IRA) que, a través de beneficios fiscales, créditos impositivos y otros tipos de incentivos industriales busca abordar la crisis climática y estimular la economía mediante la promoción de tecnologías limpias. Se proyecta que la energía eólica y solar podrían representar hasta el 59% de la generación eléctrica para 2050 en el escenario de alta adopción del IRA.

Además, también se proyecta un aumento en la producción de gas natural, debido a la demanda global y una aceleración en la adopción de vehículos eléctricos, principalmente a partir de 2030.

La Unión Europea se comprometió, a través del Pacto Verde Europeo a ser climáticamente neutra para 2050, reduciendo las emisiones netas de gases de efecto invernadero en al menos un 55% para 2030 en comparación con los niveles de 1990 (Objetivo 55). La principal preocupación de la Unión Europea es mantenerse en la carrera tecnológica y de productividad en relación con China y los Estados Unidos, y al mismo tiempo, mantenerse a la vanguardia en tecnologías de la transición, logrando seguridad energética y reduciendo la dependencia de terceros países.

China, principal consumidor de energía y emisor de GEI a escala mundial, también presenta políticas activas para acelerar su transición energética y consolidar su posición como potencia industrial. Para ello, en 2015 presentó su plan de desarrollo industrial “Made in China 2025” y en 2024 su “Libro Blanco de Transición Energética”, donde establece una hoja de ruta para alcanzar el pico de combustibles fósiles en 2030 y la neutralidad de carbono en 2060 a través de un despliegue masivo en tecnologías bajas en carbono, el desarrollo de vehículos eléctricos, almacenamiento energético y tecnologías de hidrógeno y políticas específicas para la mejora de la eficiencia energética y la reducción de la contaminación de origen industrial.

En resumen, la transición energética es un proceso complejo que requiere no solo de avances tecnológicos y reducciones de costos, sino también de políticas públicas ambiciosas que fomenten la inversión en energías limpias. Debe destacarse que las políticas industriales verdes implementadas por USA, Europa y China, tuvieron en su origen un objetivo climático de reducción de emisiones, pero hoy en día tomaron una dinámica propia más vinculada a una competencia por la superioridad tecnológica y la adopción de estándares en el mercado internacional.

En este contexto, la cooperación internacional será fundamental para garantizar que la transición energética sea equitativa y global, sin abruptas disrupciones en los mercados de hidrocarburos (aun importantes para la estabilidad económica global).

Al mismo tiempo, esa cooperación debería establecer las reglas que faciliten que los frutos de esa nueva “revolución industrial energética” derrame en los países en desarrollo mediante el impulso de soluciones financieras, tecnológicas y comerciales, que permitan que el sur global pueda acelerar también su transición energética sin alterar el bienestar económico de su población.

*Presidente de Energeia