Las energías renovables pueden disminuir el impacto ambiental inmediato en el lugar donde se utilizan pero traccionan actividades como la minería, que extrae recursos que son finitos, por lo que “si no se modifica el modelo de producción y consumo no van a haber grandes cambios en lo ambiental”, advirtió el ingeniero especialista en energía renovables Sebastián Gortari.
En 1982 Gortari se recibió de ingeniero nuclear en el Instituto Balseiro de la Universidad Nacional de Cuyo; al año siguiente, con el retorno de la democracia se cerró el Plan Nuclear.
“Yo estaba aquí en el Centro Atómico Bariloche, a escasa distancia de mi oficina funcionaba un reactor nuclear y a cinco kilómetros había gente que vivía al lado de un río y no sabía cómo regar su huerta. Eso me produjo un shock; decidí dedicarme a abordar problemas concretos y más cercanos y me aboqué a la electrificación rural y el agua”, contó a Télam-Confiar.
Desde entonces, Gortari ha trabajado en diferentes proyectos, muchos de ellos junto a su hermano Miguel, que estaba a cargo del plan de promotores sociales del Obispado de Río Negro y vivía en la localidad de Ingeniero Jacobacci.
En la actualidad, además de brindar capacitaciones sobre instalación de bombas solares y otros métodos de extracción de agua de pozo en los territorios, el ingeniero es jefe de la Sección Conversión y Uso Racional de la Energía de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y profesor de Energías Renovables en la Extensión Áulica Bariloche de la Facultad Regional Buenos Aires de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN.BA).
Télam-Confiar: ¿Cómo llega a trabajar en electrificación de las zonas rurales?
Sebastián Gortari: Tengo un hermano que trabajaba en Jacobacci, Miguel, con quien hablábamos sobre los problemas de las zonas rurales en cuanto a la falta de energía y, por supuesto, el tema del agua: cómo bombearla, aumentar el caudal, llevarla adentro las casas y almacenarla, porque todo se hacía con bastante precariedad.
Al principio apuntamos a la energía eólica y llevamos adelante un proyecto de construcción de molinos para bombeo de agua que funcionaron muy bien pero no prosperaron debido al deterioro de las condiciones de vida de los pobladores rurales: cada vez menos ingresos, campos deteriorados, poco apoyo desde los gobiernos locales (falta de caminos, escuelas, electrificación, etc.) y los jóvenes migrando a la ciudad por esas mismas razones.
Luego apareció un programa de electrificación a partir de paneles solares. El panel solar es muy bueno para quien lo recibe, con muy poca potencia hay un cambio importante en la vida de la gente pero no suficiente para revertir las condiciones adversas que nombramos. Y en términos de producción nacional, con los paneles solares no se genera mucho trabajo porque lo único que se puede hacer es comercializarlo e instalarlo.
Con los molinos, en cambio, tenés la posibilidad de construirlo y llevar adelante su mantenimiento, lo que podría generar trabajo local.
Un problema común a aerogeneradores y paneles solares es que al cabo de algunos años hay que cambiar las baterías, eso es muy costoso y entonces muchas instalaciones quedan abandonadas. Es decir, cualquiera de estas opciones, sin un acompañamiento estatal, termina no sirviendo.
Insisto en que a quienes se les instala les cambia realmente la vida y uno apuesta a ir construyendo ese mundo que soñamos por lo que participamos en esos procesos, pero estas acciones aisladas, sin cambios de fondo, son como poner curitas a un enfermo terminal.
T-C.: ¿Las energías renovables pueden ser una salida frente a la crisis climática?
S.G.: Las energías renovables pueden transformarse en una espada de doble filo ya que transmiten a la gente que con ellas podemos encontrar la salida a la crisis climática y ambiental, pero si no cuestionamos nuestro modelo de producción y consumo no vamos a tener grandes cambios.
Hay lugares donde son necesarias y prácticamente la única alternativa, como por ejemplo, para darle luz o agua a familias aisladas; pero si se está cerca la red eléctrica la verdadera contribución es consumir menos y no tanto usar energías renovables.
A nivel de abastecimiento urbano puede generar mejoras del aire que respiramos en un lugar determinado pero todo lo que se promete por su uso es totalmente cuestionable y sobre todo está motivado porque detrás de ellas hay grandes negocios.
Además, las energías renovables traccionan tremendamente la actividad minera que mucha gente bien intencionada cuestiona, por la gran cantidad de materiales que se utilizan para desarrollarlas.
T-C: Por ejemplo…
S.G.: Voy con uno sencillo: para reemplazar la energía que genera un reactor nuclear de 1GW se necesitan, por ejemplo, aerogeneradores por cuatro veces esa potencia. El reactor tiene un sólo generador eléctrico con los materiales que corresponde (cobre, hierro, etc.) y funciona prácticamente durante todo el tiempo. Mientras que para generar la misma energía con los aerogeneradores necesitamos al menos 4 veces la cantidad de esos mismos materiales, con el agravante que además no disponemos de esa potencia cuando la necesitamos sino cuando el viento se digna a soplar…
En una país como el nuestro, donde el grueso de la electricidad se genera con combustibles fósiles, un colectivo eléctrico mejoraría el aire de los habitantes de la ciudad pero en términos energéticos demanda a la larga más energía primaria al país que funcionando con el motor gasolero; entonces mejora la calidad de aire del lugar donde circula pero las emisiones de gases de efecto invernadero ocurren en la central que está produciendo la energía eléctrica para cargar las baterías del colectivo. Tenemos que sumar además, del lado del debe, la minería y la contaminación asociada a las baterías del vehículo.
T-C: ¿Puede haber una minería sustentable?
S.G.: Hay minería desde hace miles de años y todos tenemos -o queremos tener- celular, computadora, auto y gas natural, todo bienes imposibles sin la minería. Respecto a esto yo tengo una posición diferente a la de muchas y muchos colegas y es que no deberíamos oponernos a priori, sino que hay que estar muy informado y participar en la discusión acerca de cómo se hace, acompañar ese proceso y mejorar así nuestras posibilidades de controlar cómo se lleva adelante. Incluso podés decir ‘no queremos que esto se haga así’. Pero estamos en una encrucijada, la encrucijada del capitalismo, que sin consumo se muere.
T-C.: ¿Cuál es la salida entonces?
S.G.: El camino no le gusta a nadie. Todas las especies si se reproducen y se reproducen van a generar crisis de recursos. Pero, más allá de eso, habría que pensar que se puede vivir muy bien sin muchas de las cosas que tenemos, como por ejemplo, la “necesidad” de viajar.
Cuando fue la pandemia la atmósfera mejoró un montón en poco tiempo. Eso nos mostró el camino, no tendríamos que estar encerrados, claro, pero sí bajar el nivel de actividad, dejar de movernos tanto, sobre todo con fines turísticos y de la manera que lo hacemos.
Muchas veces se le echa la culpa al clima de cosas que son efecto del accionar humano: por ejemplo, aquí en el sur, en relación a muchos de los incendios que se producen, se habla de la falta de lluvias pero no de la sobrecarga en las línea de eléctricas, fuegos mal apagados, excesos de turismo y la imposibilidad de su control; o a veces las inundaciones en Córdoba, donde el origen está más vinculado al reemplazo del monte nativo por un monocultivo que no consume casi nada de agua y entonces caen tres gotas y ya tenés todo inundado.
La razón no son las inclemencias climáticas, como suele aparecer en los medios, sino lo que nosotros hacemos con el territorio.
*Esta nota es una producción de Télam-Confiar, una plataforma con información especializada en ciencia, salud, ambiente y tecnología (www.telam.com.ar/confiar).
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