Capacidad autónoma
En la actualidad, la producción mundial de energía nucleoeléctrica está sustentada en reactores llamados de Generación II (con una tecnología probada de los años 70), y un cierto número de reactores recientes de Generación III+, que incluyen mejoras en seguridad y eficiencia, pero que encuentran serias dificultades para encontrar un mercado. A su vez, desde hace muchos años el mundo nuclear viene apoyando una iniciativa conformada por 14 países, la Generation IV International Forum (GIF), para llevar diseños innovadores a un estado de madurez tecnológica. El objetivo inicial de GIF fue identificar tecnologías prometedoras para su desarrollo futuro, entre ellas los SMR, ensamblados en su fábrica, y llevados al sitio de emplazamiento en camión, tren o barcaza. Hay un consenso creciente en que la menor inversión de capital y de tiempo de construcción puede cambiar la ecuación económica, y llegar a hacer de los SMR una opción atractiva tanto para países en desarrollo, sin gran infraestructura energética en general, como para grandes países industrializados.
¿Debe, entonces, la Argentina invertir en energía nuclear? Sí, por diversos motivos: porque se trata de una energía limpia que atiende, como ninguna otra, a la necesidad de descarbonizar la atmósfera en consideración del cambio climático; porque, en contraposición a la percepción popular, muestra un récord de seguridad no igualado por ninguna otra tecnología (en contraparte, según la Organización Mundial de la Salud, hay 4 millones de muertes anuales atribuibles a la contaminación ambiental); porque las decisiones en materia nuclear son de primera importancia internacional dado su valor estratégico y su papel en la inserción del país en el mundo; porque, con sus altos estándares de calidad, actúa como factor multiplicador de las capacidades industriales del país, acrecentando su potencial exportador; porque, y tal vez este sea el motivo más importante, en el campo de los SMR, la Argentina cuenta con una ventaja competitiva: el reactor Carem (por Central Argentina de Elementos Modulares), de diseño nacional, con un prototipo actualmente en construcción, y con potencial exportador.
Si la Argentina quiere jugar un papel en la expansión del uso de la energía nuclear y el control del cambio climático, no lo conseguirá comprando un reactor Candu a un precio que, en comparación con la energía que produce, lo ha sacado del mercado mundial. Tampoco lo hará con un reactor Hualong-1 que, por ser el producto insignia de la industria nuclear china, concederá una limitada participación a la industria nacional en su construcción, y menor aún en la posibilidad de negocios de exportación. Se requiere formular un plan nuclear que apunte a desarrollar una capacidad autónoma de desarrollo, diseño, construcción y exportación de centrales nucleares competitivas en términos tecnológicos y económicos, esto es, apostar a crear un nuevo nicho de oportunidades, lo que también involucra los servicios de mantenimiento, provisión de combustible y tratamiento de residuos. Los SMR representan ese posible nicho de oportunidad para Argentina.
Desafío épico
Con 70 años de apoyo constante al desarrollo de la tecnología nuclear (la CNEA se fundó en 1950), la Argentina desarrolló una industria que está hoy madura y con capacidades suficientes para producir y exportar reactores SMR; para conseguirlo necesita orientar eficientemente la contribución de cada organismo público y privado hacia ese objetivo común, y establecer un liderazgo del conglomerado nuclear de sólido perfil técnico y fuerte soporte político.
¿Cómo será la Argentina en 20 o en 30 años? Nuestra aspiración es ver al país en un sendero de desarrollo tecnológico, y eso supone el debate sobre cómo generar riqueza a partir de fuentes de trabajo basadas en el conocimiento. El Estado debe invertir en nuevas tecnologías, aspirando a que la industria nacional desarrolle capacidad exportadora de productos que el mundo quiera comprar, expandiendo las oportunidades laborales a través de nuevos desafíos.
Es concebible que la energía nuclear recupere protagonismo en el mundo a través de una variante sustancialmente más barata y de construcción mucho más rápida que los grandes reactores actuales. La Argentina tiene allí una oportunidad. Es necesario poner a trabajar coordinadamente todos los recursos del sector público junto al complejo industrial privado que lo complementa, para tener un Carem de exportación en cinco años, si no se quiere perder la oportunidad de competir en el mercado internacional, donde hay alrededor de cincuenta proyectos alternativos en desarrollo. Este desafío requiere estrategias empresariales en la gestión y ejecución del proyecto, con metas muy exigentes; se trata de un esfuerzo épico, capaz de movilizar a toda la comunidad de cada vértice del triángulo hacia un objetivo trascendente, capaz de refutar la vigencia de la frase que Jorge Sabato escuchó de un taxista, y que usó de epígrafe para uno de sus ensayos: “Después de tanta mishiadura cuesta mucho pensar en cosas grandes”